«Lo que tenemos en estos archivos es el cambio climático desde la prehistoria, tenemos un listado de las actividades humanas durante los últimos 10.000 años», explica a AFP Jørgen Peder Steffensen, académico de la Universidad de Copenhague.
Los bloques de hielo son su pasión desde hace cuatro décadas. Conoció a su esposa, Dorthe Dahl-Jensen, también una eminencia de la paleoclimatología, perforando la banquisa de Groenlandia.
Steffensen administra desde 1991 esta biblioteca de 25 km de muestras, la mayoría procedentes de Groenlandia, y que ayudan a los científicos a entender los cambios en el clima.
Estos fragmentos son excepcionales porque no son agua congelada sino nieve comprimida.
«El aire entre los copos de nieve está atrapado en forma de burbujas y este aire tiene la misma antigüedad que el hielo», afirma.
En la antesala, o sala de lectura, hace -18°C, una temperatura casi cálida comparada con los -30°C de la pieza principal, donde unos 40.000 bloques están almacenados en cajas.
Es en este espacio donde los investigadores estudian las muestras con microscopio, pero no por mucho tiempo para evitar el cambio de temperatura.
Steffensen saca de una caja una muestra especial, cuyas burbujas de aire se puede ver a simple vista: es la nieve del año cero.
«Tenemos la nieve de Navidad, la auténtica nieve de Navidad», dice sonriendo.
Roca madre
En esta biblioteca insólita, las muestras más antiguas fueron traídas en los años 1960 de Camp Century, una base militar estadounidense secreta en Groenlandia.
Las más recientes llegaron este verano boreal, después de que los científicos alcanzaron la roca madre en el este de la isla, a más de 2,6 km de profundidad.
Estas últimas muestras incluyen extractos de más de 120.000 años, durante el último periodo interglaciar, una época en la que la temperatura atmosférica en Groenlandia era 5 ºC superior a la actual.
Estas muestras de hielo son las únicas fuentes directas para conocer el estado de la atmósfera en el pasado, antes de la contaminación provocada por el hombre.
«Gracias a los ‘testigos de hielo’, hemos podido determinar cómo los gases de efecto invernadero, el dióxido de carbono y el metano, cambian con el tiempo. También podemos observar el impacto de los combustibles fósiles en la época moderna», explica Steffensen.
«Un tesoro»
Este proyecto es diferente del de la fundación Ice Memory, que intenta recoger muestras de hielo en 20 lugares en el mundo para preservarlos en la estación francoitaliana Concordia, en la Antártida, para los futuros investigadores, antes de que estos recursos desaparezcan con el cambio climático.
«Almacenar la memoria glaciar de Groenlandia está muy bien», comenta el presidente de la fundación, Jérôme Chappellaz.
Pero se inquieta sobre los riesgos de usar congelador industrial que van desde los problemas técnicos, las dificultades financieras o la posibilidad de que haya un ataque o una guerra.
En 2017, una avería en el congelador expuso una temperatura demasiado alta al 13% de las muestras de hielo milenario conservados en la Universidad de Alberta, en Canadá.
En la base de Concordia, muy lejos de la actividad humana, la temperatura media anual es de -55°C.
«Tienen un tesoro», dice Chappellaz sobre los científicos daneses. «Se tiene que proteger este tesoro y, en la medida de lo posible, hacer que se sume al patrimonio mundial de la humanidad».